Después de leer una selección de textos Nicholas Georgescu-Roegen publicados por la editorial «Los libros de la Catarata» he recordado lo que, hace ahora dos años, escribí como introducción para mi tesis doctoral. Decía así:
Energía y agua.
Ese parece ser el binomio que centra las políticas geoestratégicas mundiales. Alianzas comerciales y políticas, guerras e invasiones, inversiones y prestamos, giran alrededor de estos dos grandes factores.
Centremos la atención en la energía. Las sociedades humanas industriales son consumidores voraces de energía. Calor y frio, transporte de mercancías y personas, iluminación, ocio, todo un sistema complejo que descansa en la generación, transporte y distribución de ingentes flujos energéticos. Los logros de la Revolución Industrial y el conglomerado político y económico naciente, abrieron las puertas a grandes reservas de combustibles fósiles que entraban a formar parte de lo cotidiano, sin parar mientes en los límites que imponen las condiciones de contorno de nuestro planeta. Productos que habían sido formados lentamente durante millones de años han sido transformados y liberados en poco más de 2 siglos. Claramente el ser humano de las sociedades occidentales está acostumbrado a bailar a un tempo sensiblemente más acelerado que el del planeta del que formamos parte. El desencuentro entre estos dos ritmos ya ha mostrado sus inquietantes consecuencias.
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